martes, 10 de enero de 2012

Ahora en WordPress

Tal y como comentado en mi post del 31 de diciembre, he dejado Blogspot para cambiarme a WordPress.


Hasta ahora.

Sebastián

viernes, 30 de diciembre de 2011

Carta a los responsables de la Navidad

Muy apreciados Papá Noel (también conocido como Santa Claus), Melchor, Gazpar, Baltazar y Armadillo de Janucá (Hanukkah Armadillo según Ross Geller):

Sé que no siempre he sido bueno ni he mostrado un comportamiento ejemplar (como el que defendió el Rey Juan Carlos en su discurso de Noche Buena) en la totalidad de mis acciones… De niño arruiné la fantasía de Papá Noel a mi hermano y prácticamente a todos mis primos. En el colegio, procuré siempre evitar meterme en líos, pero en muchas ocasiones y por pura diversión, incité a mis compañeros a delinquir. Con veintipocos, hice trampa en mi examen final de Matemática 5 de la universidad para aprobar con “excelente” y evitar el fatídico “notable”. Aun así, creo que he sabido aprovechar las oportunidades de la vida para reivindicarme, dejando un balance más bien positivo.

Pero como lo pasado ha pasado, ahora lo que importa es reflexionar sobre el 2011 que termina y dar paso a un 2012 que se anuncia como apocalíptico en algunos círculos, pero el que sé nos traerá cosas muy buenas. Así bien, resumo a nivel personal, local y general lo que me gustó y lo que pudo haber estado mejor de 2011, y os paso mi lista de regalos deseados para 2012.

Lo que me ha gustado y/o agradezco de 2011

  • Regresar a Mallorca a vivir con la mujer más maravillosa con quien, tras haber sentado cabeza, he decidido casarme.
  • Finalmente poner nombre y apellido a mi verdadera pasión: hablar en público.
  • La reactivación del club de Toastmasters, Mallorca Wordsmiths, que está brindando a todos los residentes de la isla la posibilidad de mejorar sus habilidades de oratoria y liderazgo.
  • El tan necesitado cambio de gobierno. No soy de los que señala con dedo crítico a la pasada gestión, pero es cierto que necesitamos respirar aire fresco ya.
  • La continua evolución de las redes sociales, porque hacen cada vez más fáciles los reencuentros y permiten divulgar las ideas y noticias en tan sólo instantes.
  • La rebelión contra la opresión que se ha estado viendo en todo lo largo y ancho de la geografía mundial, porque ya basta de dictaduras.

Lo que cambiaría de 2011

  • Mis rodillas. Me apetece poder ejercitarme y controlar la barriga y el colesterol que se avecina.
  • Aplazar las cosas importantes. Si no me pongo ahora a trabajar en poner en práctica mi pasión, sé que más adelante lamentaré el tiempo perdido.
  • El culto a la prensa rosa y al cotilleo, porque cada minuto que desperdiciamos en ver a Belén Esteban, Ortega Cano y los demás de su calaña, es un minuto perdido que puede muy bien ser invertido en cultura o pasatiempos provechosos.
  • Las tasas de desempleo estratosféricas que estamos alcanzando en el primer mundo.
  • Todo lo que no nos han contado sobre la pobreza y las injusticias en el tercer mundo.
  • La violencia, el engaño, la corrupción, el tráfico de niños, la explotación de personas y todas las barbaridades que siguen cometiéndose a día de hoy.

Mis deseos para 2012

  • Un matrimonio tan saludable, divertido y aventurero como está siendo nuestra relación de pareja.
  • Constancia y dedicación en el lanzamiento de mi proyecto de oratoria para así llegar a “vivir del cuento”.
  • Un verano largo y divertido.
  • La regularización laboral de la gente que no encuentra trabajo pero que realmente lo está buscando y necesitando, aunque con mención especial para aquéllos cercanos a mí que, con o sin trabajo, lo están pasando mal en estos momentos.
  • Un cambio drástico en los poderes que rigen este mundo que nos están llevando a una hecatombe inevitable.
  • La apertura definitiva de las fronteras mundiales para que haya libre circulación y verdaderas oportunidades para todos.

Con esta corta carta de navidad me despido de Blogspot tras más de seis años de uso intermitente, pero por momentos intenso.

Nos vemos en enero en WordPress.

¡Feliz año nuevo a todos!

lunes, 31 de octubre de 2011

Cuando las palabras sobran

La palabra, útil instrumento de comunicación que, junto con otros elementos, nos distingue de las demás especies animales; nos hace humanos. Conveniente para la subsistencia tal y como la conocemos, importante en encuentros sociales, esencial para entendernos... Y sin embargo, no cabe duda de que, a veces, sobra. Sobra cuando hacemos el amor. Sobra cuando una mirada de complicidad lo dice todo. Sobra cuando las emociones nos superan y aflora el instinto más básico.

Viernes noche, restaurante de pueblo, casi en medio de la nada mallorquina. Descalzo y de blanco nos recibe nuestro anfitrión quien, para acallar nuestra curiosidad, sonríe y promete que "hoy os haremos felices". Tras minutos de ansiosa espera, seis extraños se unen al clan y pasamos a una sala en la que nos esperan velas y antifaces, e instrucciones de callar a menos que tengamos “algo bonito que decir”. Inmediatamente después, invitación a cubrirnos los ojos y a permitirnos dejar problemas y prejuicios fuera, para dar paso a una experiencia sensorial inigualable. Y de la mano de alguien anónimo, comienza la función.

Muchos hemos oído hablar de “la cena de los sentidos” como una experiencia curiosa y completamente fuera de lo común, pero suena casi a mito ya que creo que pocos conocemos a quienes la hayan vivido en primera persona… Por ello, experimentarla uno mismo puede sonar casi a ficción. Ciertamente, se trata de algo de fábula.

Cual ciego, palpando la silla, la mesa y todo lo que la cubre, me hago con mi espacio y, nervioso, me prometo dejarme llevar. Aparentemente solo, espero (todavía ansioso) sin saber en realidad lo que tiene que ocurrir. De repente, una voz "en off" nos da la bienvenida y ya no hay marcha atrás. Acariciado por un fresco aire de hierbabuena y la punta de una fina pluma, escucho como se llena mi copa y siento la presencia de quien me acerca un primer plato y toma mi mano para que sepa que toca comer.

Cuando se nos castra un sentido corporal, los demás cobran mucha más fuerza. El antifaz nos impide observar lo que sucede, pero la falta de ojos hace que el oído, el olfato, el gusto y el tacto se agudicen, compensándose la ceguera transitoria. Las notas musicales, los aromas, el sabor de cada bocado y la sensación de ser tocados se intensifican de tal modo que dejan de ser banales y su significado se hace más evidente.

Entre el sabor y la textura de cada bocado, escucho voces susurrantes que parece intentan seducirme. Me hago consciente de cada ingrediente que baila sobre mis papilas gustativas, a la vez que sopla una fresca brisa, artificial pero estratégicamente concebida para dar mayor vida al momento. Alguien desabotona mi camisa y deja caer sobre mi pecho gotas de agua gélida, mientras oigo que me dicen cosas casi pornográficas. “¡Cómo me pones! Pero tu chica me pone más…” Y venga el siguiente bocado, la siguiente canción, la siguiente sorpresa.

Pero privarnos de la vista no es suficiente para hacer que esta experiencia sea sensorialmente única. El silencio es fundamental. Por ello nos invitan a callar desde el primer momento y nos dirigen a la sala de forma individual, de modo que no sepamos la localización de nuestros acompañantes. No es sino hasta mitad de la velada que nos muestran que siempre estuvimos compartiendo mesa cuando, al son de Edith Piaf, nos ayudan a tocarnos. Hasta ese entonces, hablar no era una opción al no saber a quién dirigirnos… A partir de ahí es tan palpable la obviedad de que hablar está de más, que deja de ser una opción, e incluso sabiéndonos acompañados, seguimos dejándonos llevar, porque es lo más natural.

Sorbos, soplidos, aromas, sonidos... Minuto a minuto nos damos cada vez más cuenta de que, en tantas ocasiones, las palabras sobran, y todo lo que normalmente dejamos de percibir por culpa del ruido de nuestras propias voces, de repente revive y nos deja boquiabiertos. Y a pesar de que la tentación de comentar está latente, el no querer dejar de percibir cada detalle, cada momento, calma las ganas. Y entre platos y copas, entre música y prosa, entre baile y sorpresa, se pasan dos horas volando.

Es impresionante como, en tan poco tiempo, pasa uno del escepticismo a la curiosidad, de las ansias a la placidez, y tras hacerse eternos los primeros minutos, las casi dos horas siguientes se hacen francamente cortas. Sólo basta cerrar los ojos, dejarse llevar y comprender que el silencio, en muchas ocasiones, puede ser más poderoso que todo lo que podamos decir en toda una noche.

lunes, 3 de octubre de 2011

Los líderes, la felicidad y el futuro


El futuro está en manos de los líderes y, líderes en activo y en potencia tenemos en todo el mundo. Las escuelas de negocio, desde sus inicios, se han dedicado a la formación empresarial de aquellos líderes en potencia, permitiendo el florecimiento y la máxima expresión de la sociedad capitalista tal y como la conocemos, con sus virtudes y sus defectos. Y más allá de las ideas más o menos infundadas de que cargan con gran parte de la culpa de la situación global de crisis que estamos viviendo, no es menos cierto que estas instituciones están comprometidas con la formación profesional de alto nivel a un precio también de alto nivel, haya o no garantías de recuperar la inversión.

Haciendo honor a ese compromiso con la formación y el desarrollo, el viernes pasado se celebró en la capital española uno de los habituales foros organizados por una de las más laureadas de estas escuelas, con tres ilustres ponentes, cada uno referencia en su propia área de expertise. Sin restar crédito a los otros dos, mi intención era exclusivamente la de ver hablar a Eduard Punset, célebre abogado, economista y comunicador científico, gurú en diversos campos del saber, entre los que figuran el impacto de las nuevas tecnologías y el comportamiento humano.

Era de esperarse un gran despliegue, etiqueta corporativa y un ambiente cosmopolita. Conseguido. También eran de esperarse personas con un dominio de la palabra y del escenario, digno de líderes capaces de sacarnos de este agujero. Suspendido.

Ciertamente hubo dos o tres personas con unas dotes de oratoria superiores a las de la media (uno de ellos, particularmente excepcional, aunque era de esperarse de un anglosajón) y muestras reales de carisma. No obstante, algunos de los que pasaron por detrás del atril dejaron mucho que desear. Como si toda su capacidad intelectual estuviese siendo dedicada exclusivamente a los negocios y no tuviesen tiempo para aprender a dirigirse a una audiencia… ¿Era ésta la primera vez que hablan en público? Lo dudo, pero lo pareció. Discursos francamente sosos y sin “chicha”, aparentemente redactados para salir del paso, con objetivos poco claros, leídos palabra por palabra, tal que autómatas, sin que sus protagonistas obsequiasen sus miradas al público. El colmo del aburrimiento y de la falta de interés lo demostró el gran anfitrión quien, habiendo terminado de pronunciar su doloroso listado de logros y de planes a futuro en un “Spanglish” de librito, dio paso al siguiente orador (y más importante patrocinador del evento), tomó asiento e inmediatamente volcó la mirada sobre su teléfono móvil, y allí se perdió durante unos interminables tres minutos. Esto, claro, desde el escenario dándole la cara al público. ¿Cómo es posible hacer tal papelón? ¿Qué imagen pretende proyectar este individuo de la gran institución que representa? Por suerte la energía y la moral se levantaron en las siguientes ponencias, porque de otro modo, la experiencia habría podido provocar arcadas.

Finalmente, tras media hora de introducción protocolaria y un primer panel con un magnate de los medios de comunicaciones mexicanos, llegó la que, a mi entender, sería la guinda en el pastel. Con un incontestable aura de genio y científico loco, y un más que asumido papel de abuelo de setentitantos, el Sr. Punset nos entretuvo durante unos 45 minutos en un inglés simple pero fácil de entender, con ideas interesantísimas sobre el comportamiento humano y la felicidad pero que, lamentablemente fueron inconexas en casi la totalidad de su ponencia. Se disculpó en no menos de tres ocasiones por haber perdido el hilo de su discurso asegurándonos que más adelante recordaría lo que quería decirnos. A pesar de (o gracias a) esto, mantuvo en todo momento la atención de los allí presentes ayudándose de sus formas jocosas y de su cercanía. Me habría gustado haber podido sacar más de su charla, pero sólo me quedé con algunas pinceladas que, desde luego, tendré presentes en lo adelante.

  • Para cambiar el mundo, es preciso cambiar la mente humana. El cambio no está fuera sino dentro de nosotros mismos.
  • El lenguaje no existe tanto para entendernos como para confundirnos. Qué difícil puede ser entenderse, incluso entre personas que hablan el mismo idioma.
  • La intuición es una fuente de conocimiento tan válida como el pensamiento racional. Lamentablemente, no le prestamos la debida atención y qué distintas serían las cosas si así lo hiciéramos.
  • Lo que aprendemos entre los cuatro y doce años definirá nuestro futuro. La educación en casa y en la escuela es fundamental para nuestro desarrollo como individuos.
  • La salud física es prerrequisito para la salud mental. Debemos cuidar lo que ingerimos y practicar algún tipo de ejercicio físico para conservar la plena forma en todos los sentidos.
  • Mucha gente ha sobrevivido gracias a su optimismo. Aun así, está infravalorado y es mucho más frecuente toparse con pesimistas que con optimistas.
  • La felicidad es la ausencia de miedo y la belleza es la ausencia de dolor. Es necesario tener cierto nivel de ansiedad ya que ésta nos mantiene alertas, pero demasiada ansiedad puede paralizarnos. El miedo paralizante fue muy útil en la prehistoria, pero ya no sirve de mucho.
  • Uno de los factores más importantes para alcanzar la felicidad es encontrar nuestro Elemento (definido por Sir Ken Robinson como el punto en el que aquello que nos apasiona y aquello que se nos da bien coexisten). Encontrar el Elemento no es cosa fácil pero, una vez encontrado, es importante aprender a controlarlo.
  • Es necesario sonreír a menudo.

Al finalizar su ponencia, corrí detrás de él porque quería hacerle en persona la pregunta que nunca le llegó por escrito. “Sr. Punset, ¿cómo encontramos la verdadera pasión?”, le pregunté. Su respuesta me dejó, a primera instancia insatisfecho, aunque tras comentarla con Eva y el resto de mis acompañantes, me di cuenta de que tenía gran fondo. Soy incapaz de reproducirla textualmente, pero quiso decirme que lo que no aprendemos de niños es muy difícil de alcanzar de adultos, aunque no imposible. Si nuestros padres apoyaron cada uno de nuestros sueños e incentivaron nuestros momentos de inspiración, podremos encontrar nuestra verdadera pasión y, en consecuencia, nuestro Elemento. Si nos cortaron las alas, lo tendremos muchísimo más difícil y nos veremos forzados a remar a contracorriente.

¿Qué infancia tuviste y cuál le ofrecerás a tus niños para que encuentren su verdadera pasión y puedan dar rienda suelta a su Elemento? La mía fue provechosa. A ver qué somos capaces de ofrecer a nuestros futuros hijos.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Aprendiendo de la tele

Dependiendo de cómo se mire (y sobre todo de qué se mire), la televisión puede resultar una fuente inagotable de conocimiento o un medio con una altísima capacidad para idiotizarnos. Pero más allá de la utilidad que podamos o no sacar al contenido de la oferta televisiva actual, he de aceptar que algo he aprendido de la tele en los últimos días.

Desde hace unos meses, la productora televisiva Tinta China, filial de La Fábrica de la Tele, ha estado desarrollando un proyecto, llamado El Comecocos, que busca encontrar al “orador perfecto”. Como plataforma para ello, un
reality show que busca enfrentar a los participantes midiendo sus dotes de oratoria y debate hasta seleccionar a un ganador.

Tan pronto como me enteré de las bases iniciales de la convocatoria, me puse manos a la obra (enlace a mi candidatura). Tras poco más de un mes, habiendo superado la primera prueba, me vi volando a Barcelona para presentarme al casting que determinaría mi participación en el programa piloto y mi (potencial) entrada al mundo de la farándula. Tras nueve días de expectativa, todo un viernes de zozobra y emociones algo dispares, llegó el batacazo final con un listado de finalistas en el que no me encontraba.

Algo desilusionado al inicio aunque no del todo sorprendido en una siguiente instancia, he aprovechado la oportunidad para reflexionar y aprender de lo acontecido. Éstas son mis reflexiones:

  • Toda experiencia suma. De Darren LaCroix aprendí a no pasar por alto ninguna oportunidad de estar "sobre el escenario" ya que es la única manera de crecer como orador. Y, si bien perder no me gusta, habría perdido más si no me hubiese presentado al concurso. Logré clasificarme a la siguiente ronda y eso ha sido un logro y, a pesar de que el proceso ha terminado para mí, la experiencia ha sido provechosa. Además, el solo hecho de haber estado a un casting televisivo hace que el proceso haya sido interesante.
  • No todos los públicos son iguales. A raíz de mi experiencia con Toastmasters, la mayor parte de mis discursos ha sido en inglés y/o dirigida a grupos de culturas anglosajonas. Una diferencia fundamental entre los públicos anglosajones (principalmente americanos) e ibéricos (particularmente españoles), es el énfasis, la energía depositada por los ponentes en sus charlas. Se trata de un nivel de entusiasmo que raya en lo teatral. En España, tanta emoción puede restar credibilidad al orador y a su contenido. Esta realidad la he vivido en primera persona en varias ocasiones y una vez más en el casting. Me recuerda la importancia de investigar previamente al público receptor del discurso y adaptarlo a éste, tanto en contenido como en puesta en escena.
  • Lo importante es el público. En línea con lo anteriormente expuesto, de nada sirve ser un crack en lenguaje corporal, en modulación vocal, en contacto visual o en el uso de las figuras retóricas, si no se es capaz de conectar con el público. El discurso debe estar concebido por y para el público y el orador debe tener esto en cuenta desde antes de comenzar a escribirlo hasta incluso después de despedirse de su audiencia. Entre medias, hay que luchar en todo momento por derribar la barrera emocional y psicológica que separa al uno de los otros. Una pista: Comencemos por tratar aquellos puntos que nos unen a la audiencia.
  • No todos los oradores casan con todos los temas. Un buen orador debe ser capaz de tratar cualquier punto en escena de forma clara, coherente y amena. No obstante, hablar en público busca, entre otras cosas, alcanzar las emociones ajenas en busca de un resultado. Para lograr esto, uno debe creer firmemente en aquello que presenta porque, de lo contrario, el resultado quedará muy lejos de ser satisfactorio. Y si para determinados temas hay perfiles determinados de público, ¿puede que no todos los oradores estén hechos para tratar con todos los públicos? No me parece descabellado...

En resumen, la experiencia fue novedosa, provechosa y muy divertida. Aunque si realmente es cierto que lo que pretende el programa es encontrar alternativas a la fauna política que padecemos, mejor no haber alcanzado la siguiente fase porque no veo muy claro el éxito en las urnas españolas de un candidato domínico-francés.

jueves, 28 de julio de 2011

Candidatura Concurso Oratoria y Debate - Programa Tinta China para Cadena Cuatro



Dicen las malas lenguas que, aquello a lo que la gente le tiene más miedo, es a la muerte; en segundo lugar, a hablar en público. Las buenas lenguas se cuestionan ese orden... Yo no lo tengo muy claro. Lo que es cierto es que ser capaz de hablar en público de manera coherente y efectiva abre un número de puertas difícil de calcular. Una de ellas y, en mi opinión, la más importante, es poder llegar a los corazones de la gente.

A principios de 2010 descubrí Toastmasters, una asociación sin ánimos de lucro que promueve el desarrollo de habilidades de oratoria y de liderazgo. Lo conforman clubes de oratoria presentes en miles de ciudades del mundo que, siguiendo un programa de aprendizaje, se reúnen periódicamente para hablar, escuchar y evaluarse. En Madrid me hice miembro de varios y, en poco tiempo, se desató en mí un pequeño "monstruo" con ganas de ser escuchado.

Hoy siento que la oratoria ha pasado de ser una mera afición a un estilo de vida o, al menos, una paret vital de ésta. A un ritmo francamente lento, pero constante, busco hacer carrera profesional delante de la gente y ser capaz de motivarle, persuadirle e inspirarle.

Este programa es un reto que me ayudará a dar un paso más hacia esa meta, ese objetivo.

¿Qué nuevas puertas podrán abrirse?

martes, 1 de marzo de 2011

Sensibilidad y audiencia

En su libro Secrets of Successful Speakers, Lilly Walters establece que el secreto de los oradores de éxito es “desarrollar pasión y compasión con un propósito”. Así, los tres puntos clave imprescindibles para motivar, cautivar y persuadir a una audiencia son:

  1. Desarrollar una misión, un propósito claro y simple.
  2. Sentir pasión por el tema a desarrollar para así tocar las emociones del público.
  3. Mostrar simpatía y sensibilidad por la audiencia.

En mi opinión, los dos primeros puntos (misión y pasión) no tienen gran misterio. Basta con elegir un tema que nos llene o nos haga sentir, y ser capaz de ir al grano tras una preparación previa. El tercer punto no es tan evidente. Es cierto que hay que partir de la base que el público es importante y nos debemos a éste, pero no basta con tenerle respeto y aprecio sincero. Hay que demostrarlo. Y hacer esto bien requiere de práctica, observación y retroalimentación.

He oído de numerosos actores experimentados, que el “miedo escénico” nunca se pierde del todo, sólo se controla. Y que si llegasen a perder del todo dicho miedo, eso sería sinónimo de perderle el respeto al público y a lo que uno hace frente a éste. Este factor es fundamental y sin éste, nuestro discurso terminaría, muy probablemente, antes de lo previsto. Aun así, mi interpretación de esa muestra de simpatía y sensibilidad por la audiencia va un poco más allá.

Personalmente, he experimentado lo que podría ser la otra cara de esta moneda. Los inicios de cualquier orador se ven muy marcados por una ansiedad descomunal a la que no estamos acostumbrados, precisamente por falta de práctica. A esta ansiedad para hablar le llaman glosofobia, y no es extraño que exista un término para designarla ya que representa el mayor miedo de la humanidad, incluso antes que la misma muerte. En mi caso, esta ansiedad se tradujo en crear una máscara protectora virtual y así convertirme en un personaje sobre el escenario. Un personaje frío, poco natural y muy distante de los sentimientos de aquellos que presenciaban mis intervenciones. Por supuesto, en las evaluaciones escritas, la sección sobre naturalidad siempre dejaba mucho que desear.

Con los meses, los consejos de varios compañeros, la insistencia de un profesor, la observación y mucho trabajo frente al espejo y escuchándome a mí mismo, he comenzado a entender la importancia de la calidez en la oratoria. La calidez se logra hablando con el corazón en la mano, abriéndose a los demás y siendo genuinamente sincero al contar las propias vivencias. Es cierto que hay ponencias tan técnicas que prácticamente nos obligan a “robotizarnos”. La clave está en entrelazar contenido y ejemplos o anécdotas personales, permitiéndonos mostrar nuestra parte más humana a través de un acercamiento emocional con el público.

Humanizar y aterrizar aquello que se dice es, desde luego, otra parte indispensable de ese “mostrar simpatía y sensibilidad por la audiencia”, ya que de otro modo, es imposible conectar realmente con ésta. Y no es hasta que se conecta con aquéllos que nos escuchan que nuestro mensaje llega realmente a su destino.