martes, 1 de marzo de 2011

Sensibilidad y audiencia

En su libro Secrets of Successful Speakers, Lilly Walters establece que el secreto de los oradores de éxito es “desarrollar pasión y compasión con un propósito”. Así, los tres puntos clave imprescindibles para motivar, cautivar y persuadir a una audiencia son:

  1. Desarrollar una misión, un propósito claro y simple.
  2. Sentir pasión por el tema a desarrollar para así tocar las emociones del público.
  3. Mostrar simpatía y sensibilidad por la audiencia.

En mi opinión, los dos primeros puntos (misión y pasión) no tienen gran misterio. Basta con elegir un tema que nos llene o nos haga sentir, y ser capaz de ir al grano tras una preparación previa. El tercer punto no es tan evidente. Es cierto que hay que partir de la base que el público es importante y nos debemos a éste, pero no basta con tenerle respeto y aprecio sincero. Hay que demostrarlo. Y hacer esto bien requiere de práctica, observación y retroalimentación.

He oído de numerosos actores experimentados, que el “miedo escénico” nunca se pierde del todo, sólo se controla. Y que si llegasen a perder del todo dicho miedo, eso sería sinónimo de perderle el respeto al público y a lo que uno hace frente a éste. Este factor es fundamental y sin éste, nuestro discurso terminaría, muy probablemente, antes de lo previsto. Aun así, mi interpretación de esa muestra de simpatía y sensibilidad por la audiencia va un poco más allá.

Personalmente, he experimentado lo que podría ser la otra cara de esta moneda. Los inicios de cualquier orador se ven muy marcados por una ansiedad descomunal a la que no estamos acostumbrados, precisamente por falta de práctica. A esta ansiedad para hablar le llaman glosofobia, y no es extraño que exista un término para designarla ya que representa el mayor miedo de la humanidad, incluso antes que la misma muerte. En mi caso, esta ansiedad se tradujo en crear una máscara protectora virtual y así convertirme en un personaje sobre el escenario. Un personaje frío, poco natural y muy distante de los sentimientos de aquellos que presenciaban mis intervenciones. Por supuesto, en las evaluaciones escritas, la sección sobre naturalidad siempre dejaba mucho que desear.

Con los meses, los consejos de varios compañeros, la insistencia de un profesor, la observación y mucho trabajo frente al espejo y escuchándome a mí mismo, he comenzado a entender la importancia de la calidez en la oratoria. La calidez se logra hablando con el corazón en la mano, abriéndose a los demás y siendo genuinamente sincero al contar las propias vivencias. Es cierto que hay ponencias tan técnicas que prácticamente nos obligan a “robotizarnos”. La clave está en entrelazar contenido y ejemplos o anécdotas personales, permitiéndonos mostrar nuestra parte más humana a través de un acercamiento emocional con el público.

Humanizar y aterrizar aquello que se dice es, desde luego, otra parte indispensable de ese “mostrar simpatía y sensibilidad por la audiencia”, ya que de otro modo, es imposible conectar realmente con ésta. Y no es hasta que se conecta con aquéllos que nos escuchan que nuestro mensaje llega realmente a su destino.

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